Diversidad en la escuela: paradoja del Sistema Educativo Mexicano
Juan Salvador Nambo
¿Cómo se puede lograr, reconocer, valorar, alimentar la diversidad, sin agravar o profundizar la desigualdad en la escuela? Los diferentes, los otros, no sólo son los indígenas o discapacitados sino jóvenes o niños que no tienen la posibilidad de tener una vida libre de violencia, drogadicción o delincuencia. Son cada vez más los que por vivir en una colonia popular son apartados y señalados, llevando consigo el estigma de pertenecer a un “barrio bravo”, “barrio pobre” o de “criminales”.
Para la investigadora Elsie Rockwell, la política educativa en México parece contemplar sólo dos tipos de diversidades: la diversidad de logros académicos, tal como se vive con la prueba Enlace y la diversidad de posibilidades especiales, de nutrición y salud, esta última canalizada a instancias paralelas asistenciales que promueven la otorgación de becas que son insuficientes y consumo de alimentos de muy dudosa calidad.
Cuando se habla de diversidad, afirma la investigadora, es al indígena, sobre todo, al que se hace referencia. Pero hay otras diversidades profundamente desiguales que reciben muy poca atención por parte del Sistema de Educación Básica y que nos interesa abordar (al menos de forma parcial) en este espacio: la diversidad de posibilidades reales de ser niños y niñas o jóvenes ante el aumento de la violencia contra los niños, el trabajo infantil comercial y delictivo, la venta de drogas o la prostitución infantil.
La alianza realizada por Felipe Calderón y la cúpula del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación ha dejado de lado esta diversidad. Por el contrario, concentra las acciones del Programa Escuela Segura haciendo más visible la brecha entre clases sociales y que criminaliza a los estudiantes; es decir, se contempla la creación de un vínculo directo entre sistema de seguridad y sistema escolar que, en otros países, ha llevado a la apertura de canales directos entre las escuelas y las prisiones que se llenan cada vez más de los expulsados de la escuela.
Existe otra diversidad muy notable que es la de los maestros. El discurso del normalismo y del sindicalismo único oculta a más de un millón de personas diversas en todos los sentidos: origen, edad, familia, clase, filiación religiosa, sindical, partidaria, orientación pedagógica, vocacional. Y, por supuesto, una gran diversidad en la enseñanza de grupos de niños y jóvenes con problemas diversos.
Recojo la frase pronunciada por la doctora Elsie Rockwell, ponente durante el foro “Las Reformas Educativas en el nivel básico” organizado por el Departamento de Investigaciones Educativas del Cinvestav-IPN el seis de noviembre de 2008: “lo que nació en el siglo XIX como un sistema de educación popular: Escuelas públicas gratuitas para el pueblo. Se convirtió a lo largo de dos siglos en un complejo sistema diversificado de escolarización de todos los menores de edad, salvo el millón o más que queda fuera, y que favorece por su estructura a las capas más ricas del país”.
La diversidad dentro del sistema escolar llevaba etiquetas desde antes y después de la revolución mexicana como las siguientes: escuelas de primera, de segunda, de tercera; escuelas perfectas o escuelas domésticas; escuelas rudimentarias, rurales o urbanas; escuelas tipo (las preferidas) o escuelas económicas.
La Alianza gobierno federal-SNTE ha multiplicado esta lista. Tiene la siguiente clasificación: escuela segura, escuelas de horario de tiempo completo, escuela de horario discontinuo, escuelas fuera del horario de clase y de fines de semana, y, ojo, escuelas de bajo rendimiento.
El Día Internacional de la Mujer nos recuerda las luchas por la igualdad en distintas partes del mundo. Igualdad por la que debe pugnarse de forma incansable y permanente. La escuela es el lugar perfecto para plantar la semilla que permita cruzar las limitaciones surgidas de un sistema corrupto y limitado en sus capacidades. Es momento de actuar en ello.
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